martes, 29 de mayo de 2012

Aventuras y desventuras de una convivencia


Está claro, nadie lo discute. La convivencia tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Vamos, que la convivencia es fina Filipina.

Sin embargo, no siempre es igual, sino que va mutando a lo largo de las distintas etapas de la vida. 

Así, el que ha crecido en el seno de una familia numerosa, con varios hermanos/as -como ha sido mi caso-, sabrá de lo que hablo si le recuerdo frases inolvidables como: 
"¿¿¿Quién se ha comido mis natillas???"; o
"Que no hay papeeeeeel!!!"; o
"Me pido alante!!"...
Este tipo de situaciones son cosas que para un no-hijo-único, han sido el pan de cada día durante años y años, al igual que heredar libros de texto, el uniforme del colegio (rodillera sobre rodillera), contener la rabia cada vez que te mandan a la cama antes que a tu hermano mayor, o exigir a tu madre que parta la última croqueta en cuatro trozos milimétricamente idénticos -uno para cada hermano- bajo pena de cisma familiar como se le ocurra asignarla al tun tún...  

Que me perdonen los hijos únicos, pero, si lo son, no pueden saber de lo que les hablo. Por mucho que no seas un niño consentido, por mucho que tus padres te hayan educado con disciplina militar, si no has tenido hermanos, no puedes saber lo que se siente cuando todo, absolutamente todo, es "para compartir". Hasta para decidir quién recoge los domingos la cocina, se sortea a los chinos. Y si tú freigas, tú barres. Y si tú sacas la basura, tú limpias la mesa. Y si tú te comes el huevo kinder, tú te quedas con el juguete. Y si tú te rebelas, también tú te llevas un bofetón. 

Resulta que esas mismas situaciones son las que hacen que aprendas cómo sobrevivir a una convivencia. El que no lo ha vivido no sabe de lo que se es capaz por el último trozo de bizcocho, sobre todo si es tu hermano -el que ya se ha comido el trozo más grande-, quien amenaza con repetir ración. Nadie te explica cosas que, de otra manera, nunca aprenderías:

¿Cómo convivir? 

¿Cómo compartir? 

¿Cómo sobrevivir bajo el mismo techo con tus semejantes, reprimiendo las eventuales ganas de matar a alguien?

Y salvo algún caso aislado de parricidio, la inmensa mayoría sobrevivimos. Nos hacemos mayores. Nos emancipamos y nos hacemos dueños y señores de una independencia que lo abarca todo. Establecemos nuevas reglas que son nuestras reglas. Vamos, que aún no somos padres y ya comemos huevos!

Y NO compartimos las natillas, NO esperamos turno para hacer pis, SÍ nos comemos la última croqueta, SÍ nos vamos a la cama cuando queremos, NO ponemos el rollo en el porta-rollos, SÍ vemos el canal de TV que queremos, SÍ monopolizamos el sofá... Y es curioso, pero las relaciones con tus padres y hermanos mejoran. Hasta tienes ganas de que llegue el fin de semana para celebrar la comida familiar y recordar lo que es sentarse a comer con el codo de tu hermano clavado en tu estómago!

Pero un buen día, conocemos a alguien, nos gustamos, nos enamoramos... Y de repente, ¡ZAS! Conviviendo otra vez como hacía años. Volviendo a compartir los tiempos del baño, el canal de TV, el sofá, las natillas, las croquetas... Y aún más, porque ahora también compartes la cama, la nevera, los libros, los electrodomésticos, la factura de la luz, del agua y del gas, los sablazos del cerrajero cuando te dejas las llaves puestas por dentro, las manías del compañero y las tuyas propias, la marca de papel higiénico, el perfume del suavizante, el toallero, la forma de hacer la tortilla de patatas que te enseñó tu madre, el espacio en el tendedero para tu ropa delicada, la mantelería de la abuela, el tiempo de ocio... y un sin fin de cosas que todavía son más complicadas de compartir que cuando vivías en casa con tus padres y la jauría de tus hermanos.

Pero lo haces. Te embarcas en esta nueva situación cargadito de ilusión y con mucha mano izquierda.

Y así, casi sin darte cuenta, ya estás viviendo de nuevo las aventuras y desventuras de una convivencia. Pero eso sí, esta vez elegida, que no es lo mismo que venir a nacer en una familia llena de competencia, que tú eso no lo elegiste. Oiga, ¡¡que nadie te preguntó!!

Y piensas:
¿¿porqué?? 
Es que acaso el ser humano no escarmienta?!!  

La respuesta es rotunda:

         

   Porque claro, todo lo malo no es nada comparado con lo bueno.  

3 comentarios:

  1. Ole Lolita, qué alegría leerte de nuevo!

    Me alegro mucho de tu moraleja, muchísimo..... :)

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  2. Me ha encantado!!
    Ber

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  3. Perfectamente explicado! qué bueno lo de las llaves y el cerrajero...te han contado lo de abrirla con una radiografía??XD. Besitos

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